El día de hoy comenzó muy temprano en la mañana, aproximadamente 6 y 15; la misma rutina de siempre: el desayuno, los niños, arreglarse. Estuve muy ocupada con mi curso de alemán y después entrando y saliendo de la casa como alma en pena. No mucho más tarde recogí a los niños del kinder y me hicieron de las suyas. Así comenzo el primer post del día de hoy, convencida de que cualquier cosa que me propusiera lo iba a lograr. Tal vez me estaba dando fuerzas a mi misma antes de derrumbarme, solo en caso de estar sola, a la deriva, necesitada de un abrazo, una sonrisa amiga, y no encontrarla. Tiempo después hable con el patito, ayudo y no ayudo (y seguro si lo leo preguntara porque... ya voy diciendo que no contestare). Llore lagrimones amargos lagrimones de lagarta, como dice mi dulce Martini. Pero recordé lo que había escrito en el blog, y entonces me di fuerzas a mi misma, me levante de la computadora dispuesta a no dejarme vencer. Sequé mis ojos, me lave la cara, puse mi mejor sonrisa para despertar a los niños. A pesar de que me hacen miles de travesuras no puedo evitar adorarlos. Les di de comer, les tuve paciencia cuando lloraron e hicieron berrinche por el pan, por la mermelada, por la leche y por todo. Tenía un nudo en la garganta todavía, no se disolvía con nada, ni con las mágicas sonrisas de los peques. Pero no podía hecharme a llorar, no quería que los niños me vieran así. Tantos pensamientos tristes se acumulaban en mi cabeza, pero me tragué las lágrimas y el dolor y continué jugando fútbol con ellos, grite y les hice cosquillas, pensé que estaba pasando la depre, pero me jugo sucio y volvió. Ya cuando se hizo de noche, y los empecé a desvestir para el baño comenzo la función de nuevo. Que yo no, que su papa. Y pues su papa, que el no, que yo tengo que.... y el cuento de nunca acabar me acabo a mi. Salí de la casa vencida, frustrada, dolida, sola, es la primera vez que me sentí abandonada. Nadie con quien hablar, a quien contarle lo sucedido, solo silencio, cuando pensamos que nuestra pena es la mas grande del mundo. Nos sentimos gusanos miserables pisoteados y embarrados en el lodo de nuestra desesperanza...
Bueno aquí es donde viene lo interesante:
Caminaba por el aburrido Backnang, y me senté en la banca del parque a llorar amargamente todo lo que me había aguantado, no se cuanto tiempo estuve ahí acostada en el frío. Sabía que no iba a llegar a ningún lado llorando, intente sacudirme y darme a mi misma nueva fuerza, pero ya soltadas las aguas era difícil pararlas. Me encamine sin rumbo fijo, y cuando decidí volver a casa y por lo menos calentarme el cuerpo pase junto al cementerio. Decidí entrar, no se que me impulso a hacerlo, porque siempre he tenido pánico a la muerte, será que necesitaba un lugar tranquilo para pensar. Pues entre tantos descansando en paz supuse que yo también encontraría lo que buscaba. Camine primero despacio, reconociendo el lugar que estaba solamente alumbrado por unas ocacionales velas en las tumbas. Pero al internarme en la oscuridad más profunda encontré de alguna forma la luz. No tenía miedo, me sentía en paz. No me sentí más sola (y no por estar rodeada de gente eh!) Dios estaba conmigo, me dio serenidad para reflexionar. No se como explicarlo, creo que hasta me gusto. Después de pasear por varios senderos encontré la otra salida a la calle opuesta, pero no me dieron ganas de salir, di media vuelta para salir por donde había entrado. Como una especie de ritual, entre como un pedazo de ser humano y salí tranquila, serena, alegre, confiada de que nunca nada sería demasiado malo. Era la calma que necesitaba, un lugar silencioso, tanto como sus residentes. Solo ellos son testigos de lo que paso esta noche.