Todavía aquí, Laertes? ¡A bordo, a bordo! ¡Qué vergüenza! El viento sopla a espaldas de tu nave, y está esperándote. Oye: que mi bendición sea contigo (poniéndole las manos sobre la cabeza), y procura gravar en tu memoria estos preceptos:
No reveles tus pensamientos, ni ejecutes ninguna idea inconveniente.
Muéstrate afable y sencillo, pero, en manera alguna vulgar.
Los amigos que tengas y cuya adhesión hayas puesto a prueba, sujétalos a tu alma con cadenas de acero; pero no encallezcas tu mano agasajando a todo camarada recién salido del cascarón sin plumas.
Procura evitar toda contienda, pero, una vez en ella, sosténla de modo tal que el adversario te tema.
Presta a todos oídos, pero a pocos tu voz.
Escucha la opinión de todos, pero reserva tu juicio.
Sea tu vestido tan dispendioso cuanto lo permita tu bolsa, pero sin pecar de exagerado; rico, pero no fastuoso, pues que el traje revela frecuentemente al hombre y en Francia, las personas de más elevado rango y posición muéstranse, en esto principalmente, como modelo de finura y esplendidez.
No pidas ni des prestado, porque el prestar hace perder muchas veces a un tiempo el dinero y el amigo, y el tomar prestado embota el filo de la economía.
Se sincero contigo mismo, de lo cual debe seguirse, como sigue la noche al día, que no seas falso con nadie. Adiós, y que mi bendición haga fructificar en ti estos consejos.
Ojala les ayuden como a mi, no en vano es de Shakespeare.
Del satélite de
Venus
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